Ese ser misterioso y solitario

Cuentan que hace muchos años un ser misterioso transitaba solitario por caminos desconocidos. Su elegante andar se detuvo cuando la abrupta vegetación le trajo distantes quejas y terribles lamentos. Agudizó el oído hasta que el sonido de ese llanto lo llevó al encuentro de un individuo que se encontraba atrapado en una maraña de púas.

El individuo no dudó en pedir ayuda al darse cuenta de su presencia. Él, sin pensarlo, comenzó a romper las raíces que impedían el movimiento. Al cabo de un largo tiempo de duro, difícil y cuidadoso trabajo, logró zafarlo.

—Muy agradecido por la ayuda. ¿Hacia dónde te diriges?

—A ciudad Agnus —Respondió el ser solitario en un idioma que solo ellos pudieron entender.

—¡Que bien! También necesito ir allí. Vamos juntos, por lo que pudiera pasar.

El ser misterioso aceptó la compañía y continuaron el recorrido uno al lado del otro. El tiempo que compartieron los llevó algunos silencios en la conversación, pero lejos de sentirse incómodos ambos supieron respetar el ritmo del otro.

La oscuridad y la neblina los envolvió poco a poco cuando llegó la noche y el hambre también se hizo presente. El individuo intentó buscar alimento, pero al no ver más allá de lo inmediato fue poco lo que pudo hacer. Entonces, el ser solitario se desplazó en silencio. A los pocos minutos trajo una suculenta cena que sació el apetito de ambos.

Cansados del trayecto y con el estómago lleno se recuestan uno al lado del otro para descansar. Entonces, el silencio de la noche asusta al humano que no puede evitar mirar sombras amenazantes en la oscuridad e intenta adivinar algún ruido en ellas. El solitario ser lo observa. Busca calma. De su cuerpo salen vibraciones que hacen un sonido rítmico, constante, como una canción. Esa onomatopeya calma el agitado corazón del individuo hasta que sucumbe en un profundo sueño.

A la mañana siguiente están animados para retomar el trayecto. Caminan por varias horas entre charlas, silencios y pequeñas ayudas mutuas para sortear los impedimentos que ofrece la ruta. Así llegan hasta la cima de una montaña, en donde dudan de la veracidad del último atrajo que quisieron hacer para recortar la trayecto.

—Tendremos que devolvernos —dice el individuo con indecisión —habrá que volver a la ruta principal.

—Si bajamos por esta cuesta podemos llegar en pocas horas a la ciudad. De lo contrario tardaríamos días —dice el ser solitario mientras mira montaña abajo.

—Corremos el riesgo de perdernos en la enmarañada selva —replica el humano nervioso, pero escucha los consejos del ser solitario que lo anima a seguir sus pasos, aunque sigue con el temor en el cuerpo de caer por las inclinadas pendientes.

No atina a dar los movimientos apropiados para no resbalar. Observa cómo con gran habilidad su compañero se desliza cuesta abajo mientras le da indicaciones sobre dónde pisar para que no resbale. Así recorren un largo trecho hasta que el humano pide detenerse y descansar. Mientras recobran el aliento se percata con asombro que el ser solitario mueve solo una de sus orejas y sin darle tiempo para salir de su sorpresa le susurra:

—En la ciudad hay personas que te buscan. Debemos apurar los pasos.

No preguntó cómo supo esa información, pero su mirada lo delata y el ser solitario le informa que lo escuchó. Esta afirmación confunde aún más al humano. La distancia de la ciudad es enorme, no puede comprender de qué manera ese ser pudo escuchar lo que allí se habla. Aun así continúan en silencio y con sigilo el camino, que ya es menos inclinado.

Al llegar a la ciudad van con un caminar rítmico, uno al lado del otro. Los lugareños los miran y alguien sale a su encuentro.

—¡Te dimos por perdido! Te buscamos por varios lugares sin ningún resultado. Menos mal que pudiste llegar sano y salvo.

—Además, fíjate que rescató a un gato. A lo mejor también estaba perdido —dice otro individuo a la par que señala al felino.

Al escuchar esas palabras el humano mira con extrañeza a su compañero de viaje y descubre con asombro que ese misterioso y solitario ser que lo acompañó y ayudó en su travesía es, en verdad, un gato. No comprende cómo no se percató de ello en todo el tiempo que estuvieron juntos y el felino, al darse cuenta de su desconcierto, le dice:

—Te dejaste llevar por tus temores y no te percatarte de mí naturaleza. Pero piensa ¿quién es un cazador extremadamente eficiente que puede distinguir su presa con poca luz, además de regular tu respiración y calmarte con vibraciones, escalar paredes verticales, saltar muros, aterrizar sin hacerse daño?

El humano sorprendido ante su desconocimiento agradece de nuevo la ayuda y promete devolverla cuando sea necesario. El gato sonríe con sus ojos, mueve su rabo en diferentes direcciones y mientras se interna de nuevo en la selva, contempla que un grupo de personas rodean a su amigo y lo abruman con preguntas. La amistad ya estaba establecida y duraría por siempre.

Este relato es una invención propia de nuestra amiga Rosa Boschetti, y en colaboración con nuestro blog.

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