El Catire, un gato asustado que se convirtió en el señor del mundo

Una mañana de otoño se escuchó en el jardín un tímido maullido. Las niñas de la casa se acercaron y encontraron, escondido entre las plantas, a un gato. Estaba muy asustado, se veía indefenso, pero dejó que lo cargaran. Era tan grande que una de ellas dijo:

—Parece una gata embarazada. Vamos a llevarla a nuestra habitación y luego vemos qué hacer.

La mamá las escuchó y curiosa, ya estaba en la puerta del cuarto antes que las niñas lograran cerrarla. La supuesta gata abrió los ojos, miró a la madre y habló. El corazón de ella se emocionó, su maullido era el de un gato pequeño, decía mío en vez de miau, como suelen maullar los gatos adultos. Sin embargo la confundió su gran tamaño y el pelaje, parecía un pequeño tigre. Lo cargó y sintió el temblor del minino. Con cariño lo dejó en sus brazos y las tres humanas le hablaron con dulzura, despacio, en un tono bajo, hasta que la presunta minina se tranquilizó. No necesitaron discutir para decidir la adopción, ya era parte de la familia. Le buscaron el cojín más grande, bonito y suave que tenían, lo colocaron en la habitación, le dieron de comer y lo dejaron que inspeccionara toda la casa.

La madre se percató que no era una gata embarazada como creían sus hijas, sino un cachorro de gran tamaño. Llamó al veterinario para pedir cita. Al contar lo sucedido y mencionar lo grande que era, éste se sintió intrigado, le dijo que lo llevara esa misma mañana. Así lo hicieron, no tenían trasportín, pero el consultorio estaba en la calle vecina, tan solo debían caminar unos cuantos metros. La madre lo tomó en brazos y el minino se quedó tranquilo. Así llegaron al consultorio. El veterinario se sorprendió al contemplar al gato, no era una raza común en la zona. Sin que la mujer lo pudiera soltar, ya que se encontraba muy asustado, lo examinó y al cabo de un rato dijo:

—Que interesante. Pertenece a los llamados bengalí o bengala de origen norteamericano, desarrollada para parecerse a los felinos salvajes exóticos tales como son los leopardos o los ocelotes.

El catireEsta raza es el resultado del cruce casual de un gato doméstico y una gata leopardo, de allí que algunos tengan el pelaje con las manchas parecidas a ellos. Va a crecer mucho, ya que suelen ser de gran tamaño y su peso va a oscilar entre los ocho o nueve kilos. Si lo observan bien se darán cuenta que la cola es gruesa y más larga que la de los otros mininos. Sus orejas son pequeñas, semejantes a las del leopardo asiático y sus ojos, de forma almendrada, de color amarillo verdoso.

Las humanas y hasta el gato permanecían atentos a la explicación del veterinario y aunque tenían muchas preguntas en sus cabezas a ninguno se le ocurrió interrumpir, por lo que él continuó:

—El bengalí es una de las pocas razas que puede tener el manto atigrado, aunque el color de base es posible que varíe de tonalidades, pueden ser el marfil, crema, amarillo, dorado y naranja.

En éste, como es obvio, predominan los amarillos, dorados y naranjas. También varían la tonalidad de las manchas, que oscilan entre el negro, el chocolate o el canela, pero lo que se repite son la punta negra de la cola, las almohadillas plantares y el abdomen que siempre son moteado. El pelo se aplasta sobre el cuerpo y es corto, suave, espeso, a la vez que delicado, no es recomendable cepillarlo con regularidad, sino pasarle un paño para que el pelaje no se apelmace. No le temen al agua, por el contrario, les gusta nadar. Podrían bañarlo de vez en vez. —Hizo una pausa para tomar nota y preguntó —¿Cuál es su nombre?

En ese instante las tres se miraron, se dieron cuenta que no le habían puesto ninguno. Dijeron varios al azar y al pronunciar Vladimir (que significa “señor del mundo”) el gato maulló. Los presentes afirmaron que ese era el que a él le gustó. La madre pidió agregar Delón (por su sensual belleza natural) y los apellidos de la familia. Al escuchar esa petición hasta el veterinario soltó una carcajada, pero también estuvo de acuerdo. Una de las hijas recordó que, por el color rubio de su pelaje, lo llamaron “Catire” cuando lo vieron. Entonces decidieron que ese sería su apodo. En la planilla de la clínica quedó inscrito con todos sus nombres y apellidos, además del seudónimo. Se fijaron las fechas de las vacunas, esterilización y revisión —Y la próxima vez en trasportín, que aunque estemos cerca, no conviene traerlo en brazos. —Concluyó el Doc.

La primera noche de la adopción el Catire (como lo conocería la comunidad humana) descansó en su cojín, agotado por tantas emociones. A la hora en que las humanas acostumbran dormir, se apagaron las luces, pero un llanto lastimero obligó a la madre a encenderla de nuevo. Encontró al cachorro escondido debajo de un mueble. Al cargarlo siente sus temblores. Lo mantiene en sus brazos hasta calmarlo y al apagar otra vez la luz vuelve con sus lamentos desgarradores. Entonces ella lo lleva a su cojín y lo tranquiliza, con la luz encendida. Hasta que el gato sucumbe al cansancio.

Con el amanecer llega la hora de despertarse y la madre encuentra que tiene dificultad para mover sus piernas. Las había doblado y en el hueco detrás de sus rodillas estaba el Catire, profundamente dormido y enroscado sobre sí mismo. Lo hizo a un lado con cuidado y se dispuso a iniciar la rutina humana del desayuno. Las humanas colocan sus alimentos sobre la mesa del comedor y cerca de las sillas, los del nuevo miembro de la familia. Se sientan para desayunar y el Catire de un salto se monta en la mesa, va directo a los cereales de la madre. Ésta controla su asombro, lo toma en brazos y le indica cuál es su comida: un suculento plato con trozos de hígados, otro repleto de pienso y en un tercero hay agua fresca, pero él se queda en el suelo sin saber cómo actuar. No sabe cómo ni qué comer. La humana lo observa y se sienta en el suelo, a su lado. Con cuidado agarra una porción de carne, lo corta en un trozo más pequeño y se lo acerca. Él olfatea y comienza a comer, luego le da un pienso. La madre repite el proceso hasta que él comprende que es su propia comida, ¡la puede morder o rasgar sin que nadie grite! Ella vuelve a su puesto al observar que come y ronronea.

Entre juegos, deliciosas comidas y dulces sueños (con una pequeña luz encendida que espanta sus fantasmas) está dichoso, feliz de vivir con esas humanas. Sin embargo, una mañana que brinca de un lado a otro el terror lo paraliza. Frente a él se encuentra la humana y en sus manos tiene al monstruo bigotudo de una sola pata con el que lo solían castigar en su antigua casa. Sin pensarlo se enfrenta, no desea que lo vuelvan a golpear. Gruñe lo más fuerte que puede mientras su pelaje se hincha. Ella se asusta al verlo tan grande y amenazador, la escoba cae al suelo. El pequeño felino centra su atención en la caída de ese peligroso objeto, su posición de ataque es evidente. La mamá comprende que ese es el motivo de su enfado, con precaución se aleja y lo anima para que arremeta contra ese utensilio de limpieza. Éste no se hace de rogar, a los pocos minutos los pelos del cepillo se encuentran dispersos por el salón, separados del palo. La madre y sus hijas celebran la valentía del Catire, lo dejan tranquilo y lo besan desde lejos con sus ojos. Sus bigotes y postura indican que se siente aliviado al derribar a ese terrible enemigo y de que sus amigas humanas aprueben su actitud.

Como era de esperar la madre se vio en la necesidad de comprar una nueva escoba, pero no compró una, sino dos. Una para la limpieza del hogar y la otra para jugar con el minino a “la destrucción del monstruo”, así él curaba sus antiguas heridas y la casa se podía barrer sin temor a ser atacado por la fiera del Catire que ya era un gato muy grande que inspiraba respeto.
Los años transcurrieron felices, entre muchas anécdotas divertidas. En ocasiones algunos vecinos solicitaban los servicios del Catire para espantar ratones u otros bichitos de sus casas. Él acudía complaciente y vivaz. Dejaba claro a esos animalitos que debían mudarse y por lo general, éstos no volvían a esas viviendas. También eran famosas sus siestas. Muchos lo vieron caminar hasta la acera de enfrente de la casa con su cojín preferido en la boca. Nadie, ni siquiera el vecino (un pastor alemán que todos temían) se atrevía a molestarlo. Si tenia que pasar a su lado caminaba despacio, con el rabo entre las patas, temeroso de crear un escándalo y despertarlo.

Una noche, en la casa y en toda la calle, se fue la luz por varias horas. En medio de la oscuridad las humanas le pidieron ayuda al Catire para desplazarse dentro de la vivienda. Al sentir que ellas tenían confianza en que las protegería, se armó de valor. Con precaución agudizó la mirada y cual no sería su sorpresa al descubrir que podía ver y desplazarse sin que ningún humano lo atacara. Las acompañó hasta el salón y cuando la madre encendió una linterna descubrió que el Catire se encontraba atento, con su mirada fija en la puerta de entrada. Le dio las gracias por vigilar. Con el tiempo Vladimir Delón B. A., alias El Catire, superó sus temores, hasta el punto de crear una sólida amistad con las personas que barrían las calles y se convirtió en su fiel compañero de trabajo, también logró dormir con la luz apagada.

Su instinto de cazador lo hizo un excelente jugador del pilla-pilla, la ere y del escondite. Aunque siempre ganó en los juegos, ya que los humanos o los otros animales que se atrevían a desafiarlo no eran tan rápidos ni ágiles como él, su lealtad y simpatía lo hizo muy popular en la comunidad. Pero no todos los vecinos son como dicen ser, el Catire murió envenenado a manos de una mala persona que durante años le permitió entrar a su casa para que terminara con sus plagas. Como confesó luego, ya no le necesitaría y por eso puso veneno para ratas en una comida que le daba como premio. Las humanas aprendieron la dolorosa lección y nunca más permitieron que sus compañeros gatunos tuvieren trato con vecino alguno. A los futuros gatos de la familia les costó la libertad, pero ganaron años de vida.

Relato cortesía de Rosa Boschetti.

El catire bien podría ser de la enorme raza del gato Maine Coon.

10 comentarios

  1. Los animales, cuando no son domésticos, mejor que vivan en su hábitat natural. No es una buena compañía la humana.

    1. Tienes mucha razón Cabrónidas. Sin embargo no es el caso de Vladimir, el Catire; ya que él era un gato doméstico de origen norteamericano. Por esa razón es una raza poco común en otros países, pero a pesar de su tamaño y aspecto no es un gato salvaje. En una casa es un tigre, pero en una manada de tigres es un gatico indefenso. Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾

  2. Preciosa historia de un precioso animal, aunque con un triste final.
    Tuvo que ser un animal espléndido. Lástima que siempre haya quién quiera acabar con esa belleza.
    Maravillosamente contado por una magnífica cuentacuentos.
    Felicidades, Rosa.
    Un abrazo.

    1. Así es JascNet. Vladimir fue un gato espectacular, por su raza y carácter. Siempre estaba atento a todo lo que acontecía a la familia y en la casa. Fue un gran amigo. Nunca lo olvidaremos. Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾

  3. Nada merece justifica el sacrificio de la libertad

    1. Hola Ángel, tienes razón la libertad no debería negociarse. Sin embargo todos, en aras de la convivencia, hemos sacrificado algo de ella. El «Mundo Feliz» es una ficción manejado por alguien. Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾

  4. ¡Hola, Rosa! Un relato que bien podría ser un cuento de Navidad. Me gustó cómo vas combinando el punto de vista humano y gatuno, para de esa forma, por ejemplo, hacernos ver que una simple escoba a nuestros ojos es un monstruo a los ojos de ese gato. Una historia muy hermosa de reencuentro en el que el gato ve las dos caras de esa especie tan curiosa como es la humana. Un fuerte abrazo y ¡Feliz Navidad!

    1. Hola David. Mucha gracias por tus palabras. Como bien dices, Vladimir conoció a los humanos en toda su dimensión. Quiero pensar que fueron muchos los buenos momentos y que los en su corazón, así como hicimos nosotras. Gracia por el comentario. Un abrazo 🐾

  5. Qué preciosa historia. He disfrutado leyéndola, menos ese final de la vecina cruel que paga sus servicios envenenándolo.
    Un abrazo, Rosa.

    1. Hola Pilar, tienes razón esa mala persona se ganó con creces el repudio de toda la vecindad. A partir de ese momento la apodamos «la bruja». Gracias por el comentario. Un abrazo 🐾

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